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Siete días en Madrid alternando la experiencia surrealista de un taller muy institucional de arquitectura, con la experiencia underground de la ciudad, han sido suficientes para reafirmar la gran distancia que existe, en cuanto a autenticidad y pertinencia, entre lo que se produce en una realidad y en otra, por muchos intentos, desafortunados y afortunados, que se hagan por trazar vínculos reales entre ellas. Vi esperanzas de esos intentos, pero en este viaje las vi desde lo underground hacia lo institucional y no al revés.
Empiezo con la experiencia del taller:
La exposición en la que se enmarcaba el taller al que asistí tenía mucho de populista y sensacionalista, y eso se sabía. La cuestión es que me apetecía mirarlo de cerca, conocer de cerca la forma de trabajar de alguno de estos arquitectos que impartían los talleres y cuyo trabajo seguía. Tenía curiosidad por saber su opinión, de primera mano, respecto a la exposición. Una exposición que se abanderaba sin pudor, a pesar de quienes eran los organizadores, con lemas como éste:
«la arquitectura no es sólo una actividad glamurosa, hecha para soportar narcisismos, hay que apostar por la arquitectura cotidiana: la que pertenece a la vida cotidiana de la gente y no a los edificios escultóricos y a los iconos.»
Pues bien, a este contexto me quise acercar, para observar, preguntar y con suerte (tenía la esperanza de encontrar a alguien para ello) conversar sobre temas que realmente me parecen de interés y que la arquitecta que impartía el taller difunde en su web y en conferencias.
Pero esa conversación no ocurrió, y en su lugar lo que la arquitecta nos propuso fue pasar diez días en un museo, dieciséis arquitectos, modelando barro para, a través de este ejercicio plástico y manual, proyectar todo un programa de “necesidades” (una escuela, unas viviendas, un training center, y algo más) para una comunidad en Zimbabwe de la que no conocíamos prácticamente nada, ni falta que hacía, puesto que nuestra intuición nos guiaría hacia el camino correcto (y son palabras muy literales). Mientras, una lista de música africana sonaría de fondo y en algún momento del taller visitaríamos una tienda africana para inspirarnos en la decoración.
La primera pregunta que lanzamos fue dónde quedaba ese primer punto del “Manifesto for a humane design culture”, iniciativa de esta misma arquitecta, que considera fundamental en todo proceso de diseño arquitectónico centrado en las personas, partir de la “colaboración ojo a ojo”, la comunicación cercana y real. Preguntamos también por la posibilidad de entablar alguna vía de comunicación con esta comunidad a través de internet, puesto que existen muchos ejemplos de proyectos cuyo objetivo ha sido precisamente aumentar esa capacidad de comunicación de comunidades más aisladas, para así superar la retaila de prejuicios que se pueda tener sobre lo desconocido. Pero nos aseguraron que la comunicación con esta comunidad de Zimbabwe, aún siendo lo más deseable, no era posible.
El planteamiento de pasar diez días sin abrir el ordenador, sin estrés, produciendo modelos espaciales de barro, a diferentes escalas y sin buscar una solución final, sólo como proceso creativo, de experimentación plástica, me hubiese parecido genial (aunque para eso no hacía falta montar esa expo), si no fuera por el pequeño detalle de tener que pensar mientras modelabas barro que ahí dentro, en esa forma que te acababas de inventar a sentimiento, podría vivir o pasar mucho rato alguien que no te has molestado en conocer ni en preguntarle cómo quiere vivir. Ni siquiera el dato de proceder esta iniciativa de un pequeño centro de permacultura instalado en la comunidad se tuvo en cuenta. Porque proyectar o construir con tierra no es igual a construir según los principios de la permacultura. Existe un manual de diseño para la permacultura muy extenso al que nadie hizo referencia en todo el taller. Te puede gustar más o menos este manual, pero no hacerle caso, siendo el eje principal de la comunidad para la que proyectas, me parece algo más que cuestionable.
Estuve tres días de los diez que duró el taller, por curiosidad y porque aún mantenía la esperanza de poder conversar directamente sobre lo que se estaba produciendo al proyectar así, conversar sobre sus consecuencias. Quería hablar sobre ello para que todos fuésemos conscientes, y luego ya cada cual que elija. Pero no, no era posible esa conversación, por si coartaba la creatividad, por si enjuiciaba lo bueno y lo malo. “Don´t think, just do it” era el lema, mientras la música africana sonaba de fondo. Así que la comunicación entre nosotros tampoco era posible.
Era como la reproducción de ese taller artesanal donde el maestro le pide al aprendiz que confíe porque al final lo entenderás todo, al final será evidente por todos. Es para mí éste un modelo de enseñanza que no tiene nada de colaborativo y en el que el maestro no modifica un ápice el programa con el que viene. Al no construir el taller junto a los alumnos y hacer que estos acepten modelarse al programa, no está educando gente activa, crítica, propositiva, que construya sus propios modos de hacer y su propia ética.
Al contrario, lo que se educa es gente que sabe hacer a la perfección lo que se les pide, que suelen ser partes de un proceso diseñado por otros y cuya ética ni siquiera es necesario que te la plantees: Don´t think, just do it.
Hacía también referencia a conectarnos con nuestra intuición de la infancia, esa que al parecer, desprovista de la deformación cultural, es común a todos los seres humanos. Le preguntamos si creía que si todos los arquitectos proyectasen desde la intuición más conectada a su infancia, el producto resultante sería beneficioso para la humanidad. Y contestó que creía que sí. De hecho, días después (yo ya no estaba para verlo) pidió que unos niños que habían ido a visitar la expo, se pusieran a modelar junto a los arquitectos.
Aquí es donde llegamos para mí a toda una serie de extrañas mitificaciones de la creatividad y la inocencia en la edad infantil. La edad infantil como estado del ser humano de la que aprender mucho sencillamente por sus diferencias con la adolescencia o la edad adulta, es un tema que me ha interesado tanto que he formado parte de proyectos que trabajaban con el niño como usuario o como sujeto político. Soy consciente de todo lo que se puede aprender investigando esta etapa de la vida, y creo que a poco que se profundice se supera cualquier idea de que en la infancia somos más intuitivos o más creativos que en la edad adulta. Lo que pasa es que en la infancia no tenemos miedo a inventar.
El último libro que me han recomendado sobre este tema, “La imaginación y el arte en la edad infantil” de L.S.Vigotsky, habla claro sobre esto: “tendemos a pensar que la imaginación de un niño es superior a la de un adulto a pesar de que la creatividad nos viene por las vivencias personales y ajenas, por tanto las de un niño son muy escasas, pero los niños no tienen miedo a expresar e inventar, y eso lo van perdiendo a medida que crecen.”
Así pues, si se trataba de entrenarse en perder el miedo a inventar, me hubiese parecido perfecto. Pero eso no es igual a decir que proyectemos tratando de conectarnos a un yo infantil, más intuitivo, menos racional, más inocente.
La arquitectura no es inocente. Un muro impide el paso en una dirección. Unas formas cavernosas obligan a habitar de una manera y no de otra. Unas geometrías tanto formales como decorativas, representan una estética con la que te puedes o no sentir identificada...nada de eso se va a tener en cuenta desde nuestra edad infantil.
¿Qué cuáles fueron los resultados de este taller? Como digo lo dejé al tercer día. Pero para entonces ya habían maquetas facetadas tipo piedras con cavidades interiores, estaba también el jarrón cerámico sobreescalado, las cubiertas piramidales, el árbol, el queso gruyere y algo muy parecido a un Guggenheim pero de barro. Y es que el proceso de diseño del Guggenheim, esa arquitectura icono que al parecer ya no necesitamos, fue muy parecido al proceso de diseño de estas maquetas, (conste que a mi el Guggenheim me emociona y que lo considero un producto que cumplió la función para la que se compró. La perversión fue querer repetir esto luego en cada pueblo). Se puede ver en el famoso documental, como Gehry le indica a su maquetista que recorte cartulinas y las vaya disponiendo de diferentes formas...hasta que la intuición del arquitecto le dicte que esa es la forma idónea. Gerhy al menos nunca ha dicho que su proceso de diseño arquitectónico fuese colaborativo o social.
La endogamia y el autismo místico para proyectar arquitectura han hecho y siguen haciendo mucho mal en el desarrollo de una profesión que acaso pudiera ser útil para la sociedad. Yo también he proyectado desde ahí, vi las consecuencias y decidí que debía replantearme mis modos de hacer.
Ir con un catálogo de esculturas de barro a una comunidad de Zimbabwe para pedirles que elijan la que más les guste, que total no lo van a pagar ellos sino la comunidad europea, no me parece la mejor manera de fomentar el desarrollo ni la innovación entre dicha comunidad. Es lo mismo de siempre, vendedor y consumidor, pero más perverso aún al tratar de disfrazarlo de otra cosa.
Total que dejé el taller, y me pasé al underground de la ciudad, a vivir un poco de cerca esas manifestaciones de transformación de la ciudad por sus habitantes, como El Campo de la Cebada, Bestiario, el movimiento Stop Desahucios, la Casa de los Jacintos...que en algunos casos han sido transformaciones iniciadas por personas con conocimientos arquitectónicos, antropólogicos, de derecho, de economía, de agroecología o de fontanería...pero que además de eso son vecinas y vecinos del barrio, que disfrutan y sufren la ciudad, que detectan deseos, necesidades y conflictos de los habitantes, y se ponen a trabajar para aportar soluciones, considerando este trabajo una oportunidad de innovación social y siendo conscientes de que en algún momento deberán negociar con el poder, para lo cual deberán saberse muy bien las normas del juego, las leyes, los derechos y las obligaciones políticas de todo ciudadano. Pude comprobar que están en ello y merecen toda mi admiración. De ell@s quisiera aprender.